Por el placer de disociarme
escribo,
lloro,
pataleo.
Dejo de escucharte,
me desconecto de las corrientes del
tiempo y vivo
media vida en un instante.
Por el placer de disociarme
hago oídos sordos a mi existencia,
ignoro mi pasado
y mi presente,
y me diluyo, absurda, en mi conciencia
hirviendo,
transmutando el oro en zinc.
Tu voz es como una jarra de agua fría,
una caricia violenta,
que me devuelve a mi cuerpo,
a mi dislocado sentido
[del tiempo,
y aún así no encuentro alternativa
a esta ficción desmedida,
tapadera de la fuga de mis neuronas,
de las horas furtivas,
de la torpeza de un vivir errático.
Tengo al pánico enganchado
como una zarza en las costillas
y no logro asumir que jamás
tendré el control de esta vida
ni de ninguna otra,
aunque permanezca mil años bajo el
mismo árbol.
Menos mal que por momentos,
a través de tu voz líquida convergen
mis guerras
y las vuestras,
y el cisma que hay en mi cabeza ya no recuerda
al de Occidente.
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