Creyó
cada palabra
porque
ya desde el primer invierno
ella
había supuesto un disparatado eclipse
en
su existencia.
Tenía
las destrezas de agigantar
los
pequeños detalles que alzan la felicidad
[más
leve,
tan solo con rozarlos
y
de encauzar la alegría para que se filtrase en la piel
hasta
empaparle a una el alma.
Solo
ella fue capaz de emanciparle
del
desconsuelo inmanente a febrero,
de
aliviar el dolor de sus párpados rotos
celebrando
cada derrota hasta acabar
borrachas
de guerras,
riendo
como
si no hubiera ayer.
Sellaron
con los labios ese pacto quebradizo
que
la libertad mantuvo intacto
hasta
el principio de la eternidad,
y
soberanas de un imperio ingrávido
de
luz y desvergüenza
declararon
toda pasión impostergable, derogando el tiempo,
so
pena de un renacer infinito,
siempre
incompleto.
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