jueves, 8 de enero de 2015

Y que vivir no duela.

Te busco, 
aunque quizás debería encontrarme primero,
tan desnortada,
borrosa en todos los espejos.

De un tiempo a esta parte
me ha poseído un torrente de lágrimas,
estallo tres de cada cuatro miradas,
y sin quererlo
espanto a la vida.

Se me clavan por todas partes
agujas de un reloj irrefrenable,
se ralentizan mis latidos mientras todo lo demás
se acelera
y no sé seguir,
ni recuerdo el camino de vuelta.

No sé dónde he estado todos estos años,
no sé vivir,
no sé querer, si hay alguna diferencia,
ni si merece la pena, o la alegría,
quedarse aquí.

Pero me quedo
varada en la encrucijada,
ingrávida entre interrogantes
y mientras, te escribo
aunque desconozco tu nombre y tu idioma,
te escribo y rezo a la nada.

Mientras, la gente vive,
yo les observo vivir
y me pregunto cómo consiguen que parezca tan fácil,
cómo lo hago yo tan difícil,
si será siempre así.

En la hoja en blanco tomo distancia
de esta vida inviable
tan distinta de aquellas promesas
y al no saber por dónde empezar a vivirla,
me retraigo, me hago 
diminuta 
invisible
y conquisto 
una paz trágica.

Soy egoísta
y fantaseo con que desconecten todos los teléfonos,
que se borre mi nombre de todas las agendas,
que me trague la soledad
y por un instante
vivir no duela.


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