Cuando muera,
que podría hacerlo
en cualquier momento
[no seré yo la
impertinente con las Moiras,
cuando muera
quisiera que mis latidos se fueran espaciando lento,
para poder
despedirme con la calma de la eternidad plácida
de todo lo que he amado.
Es raro, pero ahora quisiera morir despacio,
recreándome en el
poder y la magia que entraña esta finitud nuestra.
Quisiera aprender en
algún momento a marcharme de los sitios sin prisa,
y dicen que nunca es
tarde si la dicha es buena.
Si pudiera elegir,
escogería apagarme
como los rescoldos de una hoguera grande,
alrededor de la que
se ha calentado el alma mucha gente buena
el tiempo que sus
llamas se hayan adherido al oxigeno en la noche más larga,
la noche en la que
arden las decepciones y las derrotas
y el calor se
transforma en sueños renovados y resurge la fe en un dios que quizás
esté ahí
o quizás esté en
otro cielo, quién sabe, en Marte,
velando por seres
menos arrogantes.
Me gustaría arder,
puestxs a pedir, en un pico alto que acaricie el cielo
y el silencio sacro.
Si, querré
silencio,
querré escuchar al
fin.
Con mis huesos se
consumirá el ego
y serán ceniza las
absurdas ambiciones mortales, la necesidad de aprobación de nadie.
Habrá tiempo para
acompañar los ecos sin el ruido molesto y constante de un reloj.
Querré además que
a ese pico, mi lecho rocoso,
lo cubra el musgo
empapado de vida en primavera
y la nieve
revitalizante en invierno,
y que a pesar de
todo, de la evolución de mi materia en polvo,
sienta de vez en
cuando
el escalofrío de la
vida por mi espinazo etéreo.
Si de mi dependiera,
al morir me velarían
los grillos y las salamandras y mientras
vosotrxs no
dejaríais de celebrar la vida en algún lugar hermoso,
cerca del mar y del
cielo,
un lugar de esos que
al recogerte
consiguen hacerte
sentir diminutx,
ponerte en tu sitio
en el/los universo(s) sin que dejes por ello
de saberte valiosx,
[hermosx
incluso a un nivel
microscópico.
Pediría que
permanecieseis juntxs aún a miles de kilómetros,
sabixs,
conscientes de que
cada latido avala que sois en esencia un milagro cósmico,
que ignorar vuestra
fuerza es profanar la naturaleza,
que estar perdidxs
no os da derecho a confinar vuestros dones.
Comprenderíais que
al final las ausencias se tornan tesoros hondos,
antiguos,
y no espacios en
blanco,
que el dolor se
forjó para romper vuestros límites y expandir vuestra mirada,
no para achicarla.
Pediría, en
definitiva,
que el resto del
camino siguierais con la sonrisa irrevocable
y el corazón por
delante.