Su
interés por las vidas ajenas era, cuanto menos, preocupante. ¿Por qué
sería que siempre le obsesionaban la vitalidad y la alegría del
resto de humanos?
¿Por qué
sería, que desde aquel verano en que una cámara había llegado a
sus adolescentes e impecables manos (de quien nunca ha escalado un
árbol o sufrido un esguince intentando saltar por encima de sus
posibilidades) no había podido parar de apretar el obturador? Una
imagen para cada instante. Una obsesión para cada segundo: unas
manos, el trasiego del centro, una rama...
Cada
detalle del mundo le intrigaba sobremanera. No había un átomo del
planeta que no le plantease un millón de incógnitas. Quizás por
eso creció tan llena de dudas, con la única certeza de que si algo
existía su cámara lo aprehendería, aunque luego ella tardase
siglos en descifrarlo.
La
sorpresa es, al fin y al cabo, una actitud vital, y ella jamás
pareció haber superado ese estado de perplejidad primigenia.
Hasta
que su objetivo se topó, claro, con ELLA.
Y
todas las preguntas se concentraron en torno a sus pupilas.
Y
todas las respuestas fueron a dar a su boca.
Precioso.
ResponderEliminarMuchas gracias por el piropo Nerea, ha sido mi primer regalo de Reyes. ¡Un saludo!
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